El secreto oculto...1490
Caminaba por el bosque cuando me tropecé. Miré abajo y me fui corriendo,
no podía ser, ¿cómo ha podido llegar hasta allí? Ha debido ser él, un secreto
de tal calibre no tendría que haberlo contado a nadie… ¡Hace falta ser tonta!
Mientras corría sin mirar atrás no dejaba de pensar si había sido buena idea
irme, si no sería mejor enfrentarme al problema, afrontar las consecuencias y ,
quien sabe, si saldría mejor, así que… me detengo y empiezo a correr volviendo
a hacer todo el recorrido hasta el lugar donde se hallaba el objeto
innombrable, el que causaría mi perdición. Llego al lugar, busco por todos los
recovecos posibles de aquel lugar maldito, con furia ya, maldigo a aquel que me
puso en esa situación.
Bueno ahora que caigo, no me he presentado, soy Ana y he sido acusada
con todos los cargos posibles de brujería, el pasado 3 de Octubre de 1490
conocí al supuesto hombre de mis sueños y caí en su trampa. Mi madre sí que
había sido bruja y me dejó, para recordarla, un valioso colgante de oro con un
símbolo muy significativo, pero era tan bello y valioso como peligroso y
perseguido. Debía esconderlo tan bien que nadie supiera siquiera que existe. Lo
guardé dentro de un colgante más grande con forma de corazón que mi padre por
mi decimosexto cumpleaños me había regalado, y que llevaba colgado al cuello.
Arturo, el hombre del que hablaba, era un espía de la inquisición de la cual
tenía que huir como fuere. Tras dos años siendo algo más que conocidos, pidió
mi mano a mi padre, cuando estábamos en la noche previa a nuestro compromiso se
lo conté. Nada más contárselo me dijo que me quería pero que era su trabajo y
debía entregarme, o al menos intentarlo, que si no le matarían y me culparían
por ello. No había vuelta atrás había caído en la trampa, mientras dormía como
pude para al día siguiente prepararme para la huida, el colgante me desapareció
y por tanto ya suponía mi muerte.
Seguía caminando por los alrededores, armada tan solo con un simple
cuchillo, y dos cabezas de arpones que había conseguido robar de una de las
tiendas por las que previamente había pasado. Mi aspecto dulce, sereno, y
apetecible era un arma de doble filo. Estaba anocheciendo y pronto tuve que
coger cobijo. Entré a una cueva tras intentar despistarlos dejando huellas y
rastros falsos que llegaban a sitios sin sentido. Había llegado el momento.
Julie Sharks

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