Un día te das cuenta de la jaula en la que has estado metida, en la que te metiste tu sola. Esa jaula que te fue consumiendo, apagando, hasta el punto de no reconocerte, mirarte al espejo y ver a una extraña.
Esa jaula que te ahogaba y te exprimía toda esa vitalidad que llevabas, llevas, dentro. No sé cómo ni cuánto te drenaron la energía para agotarte. No sé cómo llegaste a ese punto.
Ahora, te han dejado la puerta abierta, te das cuenta de que siempre has tenido que rendir cuentas a personas que solo se querían a ellas mismas. Te han dejado la puerta abierta, ya puedes salir, no temas. No tengas miedo de volver a caerte, puesto que estabas ahogada y completamente perdida en un mar de estabilidad inestable. Poco a poco, das un paso y otro y otro, sientes que estás volviendo a caminar, esta vez sola sin ayuda, que es lo que necesitabas. Y aunque te tiemblan las piernas y sientes que no puedes, ves que sí, te lo demuestras una y otra vez, lo has hecho siempre. Que la compañía en cierta forma es un espejismo. Unos vienen, otros se van, y aunque te resistas solo te quedas tú.
En la carrera que tan agónicamente corrías en círculos, te has encontrado de bruces con el rechazo propio, con el desprecio por cada molécula tuya. No te has dado cuenta, pero tu refugio llevaba en llamas demasiado tiempo, prendiste tu refugio para salvar los demás. Sin embargo, ahora, que solo queda tu refugio, parece que las llamas cesaron, que la calma reina en el bosque de nuevo. Y ves que, aunque todo parezca desolado, desierto, está creciendo en un rincón una margarita, ves que está amaneciendo, y aunque sientas cierto temor a un atardecer que lleve a la noche más oscura, te recuerdas que ya has tenido noches muy oscuras y que siempre amanece.
Y bueno, es hora de recordarte que toca desperezarte, que un nuevo día ha llegado. Vuelves a reconstruir tu tan seguro y amado refugio, pero con la experiencia. Con tus botas nuevas ves que estás lista para pisar fuerte, no para correr, sino para disfrutar del camino. Abres los ojos, y vuelves a ver el mundo como si fueras una niña, enamorándote de cada segundo, enamorándote de la tristeza, de la alegría, de la ira, del dolor, de la pasión... enamorándote de la vida, como solías hacerlo, pero esta vez por ti misma. Observas que recobras el aliento, que antes no estabas respirando, que estabas conteniéndote por miedo a sentir con intensidad. Déjame decirte que, sin darte cuenta, lo has vuelto a hacer vuelves a ser, vuelves a estar.
Julie Sharks